martes, noviembre 14, 2006

Salvador y Federico

Muere ametrallado en Granada el poeta de la mala muerte, Federico García Lorca. ¡Olé! Esto es lo que exclamé en París, en mi apartamento del número 8 de la rue de I'Université, al enterarme de la muerte de Lorca, el mejor amigo de mi adolescencia.

Esta exclamación que se produce biológicamente para rematar un pase en la corrida, o en el jaleo del cante jondo, y que grité en la ocasión de la muerte de Lorca, encarna todo el inocultable españolismo del éxito trágico de su destino.

A lo menos cinco veces al día Lorca hacía alusión a su muerte. En la noche no podía irse a dormir sin que varios de sus compañeros fuésemos a acostarlo. Una vez en la cama, eternizaba las más trascendentales conversaciones poéticas que ha habido en nuestro siglo. Casi siempre volvía al tema de la muerte y sobre todo al de su propia muerte.

Lorca imita y canta todo lo que dice, primero y ante todo, canta su muerte y la imita. La remeda y la escenifica. "Así, decía, estaré en el momento de mi muerte!" Después, se estremecía su cuerpo al descender el cortejo fúnebre por una agreste colina de Granada; y cinco días después de su muerte, se arregla para que su rostro, que no era hermoso, se aureolara de una belleza desconocida, de una hermosura excesiva. Luego, seguro del efecto inesperado que había producido en nosotros, se sonrío con una sonrisa radiante, sonrisa que brotaba de la absoluta posesión lírica de sus espectadores.

Lorca había escrito:
"El río Guadalquivir tiene las barbas granates.
Granada tiene dos ríos, uno llanto, el otro sangre".

La última vez que ví a Lorca fue en Barcelona, dos meses antes de la guerra civil. Gala, que no lo conocía, se quedó atónita ante ese fenómeno glutinoso y de un lirismo total. Este sentimiento, además, fue recíproco; durante tres días, Lorca no me habló sino de Gala.

En Granada, su padre estaba enfermo del corazón y temía morir. Por fin Lorca prometió reunirse con nosotros tan pronto como hubiera ido a ver a su padre para tranquilizarse. Estalló la guerra civil. El murió fusilado y el padre vive aún.

Los rojos, los semi-rojos y los rosados, y aún los lila-pálidos, aprovecharon propagandística, demagógica y vergonzosamente la muerte de Lorca en un chantage indigno. Trataron y hasta la fecha siguen tratando de darle a su muerte el significado de un héroe político.

Yo que soy su mejor amigo, declaro ante Dios y la historia que Lorca, poeta cien por ciento, era consustancialmente el ser más APOLITICO que jamás he conocido. Fue sencillamente una víctima propiciatoria de problemas personales, personalísimos, ultralocales y, ante todo, presa inocente de la confusión omnipotente, convulsiva y cósmica de la guerra civil española.

Una cosa es cierta. Cada vez que en el fondo de mi soledad logro hacer brillar una idea genial, sacándola desde lo más recóndito de mi cerebro a la superficie del aire de Cadaqués, o cuando logro dar una pincelada milagrosa, siempre escucho la voz ronca y dulcemente afónica de Lorca que me grita: ¡¡Olé!!

Dalí escribe sobre Lorca (1988)

2 Comentarios:

A la/s 7:50 p. m., Anonymous Anónimo dijo...

Qué bueno que siempre lo recuerdes, Federico, Federico, a las 5 en punto de la tarde.
Cómo será conseguir el Cancionero Gitano en una librería de usados en Granada?

 
A la/s 3:16 a. m., Blogger Mariana dijo...

Yo compré en Granada el "Romancero Gitano", en marzo de 1997. Federico fue un gran poeta, es el drama andalúz, "la mala leche", que la madre patria nos heredó... Y OLÉ

 

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